sábado, 24 de enero de 2015


Nuestra profesora de arte del colegio en Argentina se apellidaba Kats, como gatos en inglés pero con K. Según una amiga, ese apellido se debía a un conflicto felino que se anidaba en su pelo corto, rubio y enrulado.

Fue nuestra maestra varios años seguidos, algunos más queridos que otros: el desequilibrio era otra de sus marcas de agua. En un mismo día, podía pasar de defenestrar la pintura al acrílico de un alumno y hacerlo llorar, para que luego de que el joven volviera del baño con su cara enrojecida, recomendar su "obra" en los torneos juveniles de arte.

Ella nos enseñó sobre puntillismo, vanguardias, artistas de la academia, más puntillismo, arte abstracto, impresionismo, que un Van Gogh, que un Monet, surrealismo, que un Dalí, cubismo social, que un Picasso.

Que el Guernica.


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El 26 de abril de 1937, en plena dictadura franquista, hubo un bombardeo en una pequeña ciudad del norte de España, llamada Guernica. La localidad vasca había sido atacada por aviones alemanes e italianos aliados a Franco. Se cree que la cifra de fallecidos abarcó de los 120 a los 300. La mayoría de las víctimas acabaron siendo mujeres y niños. Como un grupo de periodistas estaba al lado, en Bilao, cubriendo otro evento, al enterarse de los bombardeos, hicieron eco de ello. Las fotografías en blanco y negro se publicaron en varios periódicos. Los ojos del mundo se posaron sobre la ruina.



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El artista español Pablo Picasso hacía años que ya no vivía en su país, sino en Francia. Unos meses previos al ataque, el Gobierno de la República Española (el que enfrentaba Franco) le había encargado un gran cuadro para la Exposición Universal que se celebraría en París. Cuenta el folleto del museo Reina Sofía donde actualmente está el Guernica que al ver las imágenes en los medios ya no dudó más: lo sucedido en Guernica sería el tema de su cuadro.

Luego de 62 bocetos, se decidió por empezar la gran obra definitiva. El mismo folleto dice que le llevó menos de un mes pintar ese lienzo del alto de dos jugadores de básquet y el ancho de cuatro. La obra viajó mucho y recién llegó a España una vez acabada la dictadura: tuvieron que pasar más de cuarenta años.

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No recuerdo lo que la señorita Katz nos explicaba del significado de los cuadros. Pero, con el detalle de un cuadro realista, recuerdo su pelo. Las interpretaciones del Guernica son variadas, pero nadie pone en duda su valor artístico: "Símbolo de los terribles sufrimientos que la guerra inflige a los seres humanos. Un grito contra el horror y la barbarie de la guerra. De cualquier guerra. De todas las guerras".

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Sobre una pared de la sala 206 del Museo Reina Sofía de Madrid está él. Cubre gran parte de la pared. Si bien está en todas partes -en las diapositivas de Katz, en fotos en Internet, en  murales, en postales- el Guernica está sólo aquí: entre dos mujeres de 50 años que lo custodian con su chaqueta negra y un pin con el logo del museo, una soga a la altura de los tobillos que hace de valla, varios carteles que dicen que fotos no y la piel de gallina de sus espectadores.

Cada dos minutos suena una especie de alarma: el público no puede quedarse eternamente contemplando la obra. Desde la puerta principal de la sala, que queda frente al cuadro, se escucha un bullicio. Una señorita con delantal blanco les dice que hagan silencio: se trata de un grupo de treinta pequeños estudiantes que rondan los 7 años.

Como si fuera una coreografía, todos juntos se sientan en posición india, frente al cuadro. Se callan y miran.



—¿Qué ven? -les pregunta la señorita.

El verdadero Guernica está aquí, inmenso, con sus ojos de hombre en cabezas de toro, con la electricidad de una lamparita encendida, con el grito de un unicornio, con una mujer que vuela, con otra que llora con un niño en brazos.

—Un toro... -dice uno de los niños, un valiente, pues rompe el silencio.
—Un caballo... -grita una niña.
—Una mujer... -la interrumpe un compañerito.
—Un toro -repite otro con orgullo de principiante.

En el Guernica, que está aquí frente a sus ojos, no hay bombas, ni aviones.

—Muy bien chicos -les dice la Katz española - ahora tengo dos preguntas más, pero respondan sin alzar mucho la voz.

El Guernica sigue aquí, entre estos niños, mientras afuera se bombardea.

—¿Les gusta el cuadro? -les pregunta.
—Siiiii -responde en voz baja la mayoría.

—¿Les da alegría?
—No -susurran.
read more "El Guernica"

jueves, 8 de enero de 2015


La ruta provincial 123 deja de ser ruta a 8 kilómetros de Mercedes, provincia de Corrientes. Ya no importan las dos líneas amarillas, la doble mano, el prohibido estacionar o detenerse. Allí el camino se vuelve más angosto: largas filas de autos, camionetas y micros están estacionados parte sobre la banquina, parte sobre el asfalto. Cientos de personas deambulan por la ruta para rendirle tributo a su santo, un santo que no es reconocido por la Iglesia católica, un santo profano, un santo que es un gaucho del norte argentino, Antonio Mamerto Gil, más conocido como el “Gauchito Gil”.

No existen registros históricos oficiales que aseveren su historia. Por eso hay muchas versiones que en algunos puntos se cruzan. Los datos que circulan del boca en boca y las publicaciones con su historia aseguran que Antonio Mamerto Gil nació en Mercedes -localidad donde hoy está su santuario- alrededor del año 1845 y que era integrante del Partido Colorado (movimiento político paraguayo de tendencia conservadora y nacionalista).
Hacia 1875, luchó en la guerra del Paraguay. Finalizada la guerra, Antonio Gil regresó a Mercedes, y se negó a participar del enfrentamiento provincial entre Colorados y Celestes. Entonces empezó a llevar adelante una vida en la clandestinidad. Algunas versiones cuentan que se dedicó al cuatrerismo (robo de ganado), a ser un Robin Hood (robar terratenientes ricos para darles a los pobres) y que sus enemigos (los celestes) empezaron a correr el rumor de delitos que no había cometido.
Se dice que luego él se entregó al mando del ejército, estuvo detenido en Mercedes por desertor y después fue trasladado a Goya para ser encarcelado en el noroeste de la provincia.
En el camino, a 8 kilómetros de Mercedes, la tropa lo ató a un árbol. Ninguno se animaba a matarlo, salvo el sargento. “Me estás por matar con mi propio cuchillo, pero quiero que sepas algo: cuando regreses al pueblo, vas a encontrar que tu hijo está enfermo, y nadie va a saber cómo curarlo. Vos rezá por mí, porque la sangre inocente es buena para hacer milagros”, fueron sus últimas palabras antes de morir. El sargento, al llegar a su casa, se enteró que su hijo agonizaba. La historia cuenta que rezó por el Gauchito y así pudo salvarlo. Así comenzó una leyenda que hoy moviliza a cientos de miles de personas a este santuario, el principal del país, por el cual pasaron ya más de 250 mil fieles, según la Policía Provincial.

Año tras año, este Santo, que forma parte de la lista de “santos profanos o paganos” no reconocidos por la Iglesia católica, gana más adeptos que lo visitan cada 8 de enero en conmemoración al aniversario de su muerte. Un festejo que se extiende desde los primeros días de enero hasta este domingo. Día y noche llegan sus seguidores de distintas partes de Argentina y países limítrofes. Nada es improvisado en esta tradición.
Algunos creyentes vienen motorizados, otros caminando. Lo que importa es llegar. Raúl vino en auto desde Resistencia, Chaco, y hacía años que quería estar en este lugar por la promesa que le había hecho a “su Gaucho”. Recién este año la hizo realidad.
Muchos se asoman a esta capilla con techo de chapa que está al costado de la ruta  para cumplir parte de una promesa o agradecerle. Lo que buscan es poder tocar una estatuilla de medio metro de altura de este hombre morocho con un largo bigote al estilo Pancho Villa con una cinta roja en la cabeza y una camisa celeste.
“A veces se hacen filas tan largas que los 8 de enero muchos no llegan a poder apoyar su mano sobre la cabeza del Gauchito”, cuenta Norma Benítez, una comerciante que hace más de diez años que le hizo una promesa al Gauchito y que “mientras siga teniendo trabajo vengo por él”. Ella tiene un puesto de souvenirs itinerante que va montando en otros festejos del país como la Difunta Correa o la Virgen de San Nicolás, “pero el que convoca más es el Gaucho”.
El memorial está rodeado de comerciantes que ofrecen toda clase de recuerdos con la imagen del Gauchito Gil: colgantes, mates, posters, banderas, banderines, llaveros, remeras, amuletos.
Los visitantes que logran tocar la estatua están unos pocos minutos en contacto y otros le dejan ofrendas. Carlos lloraba mientras tocaba a la estatua. Estaba muy emocionado porque su padre, quien había fallecido hacía pocos días, había prometido dejar de fumar en nombre del Gauchito. Como lo había logrado, le llevó de ofrenda “el último cigarro de su padre” que dejó a los pies de la figura. Muchos son los que dejan ofrendas.

Por eso, detrás de la estatua hay una urna, donde se depositan los objetos que le llevan: suelen ser botellas de vino, whisky, trofeos, fotos, ponchos. Esta urna está repleta de placas de bronce con insignias de agradecimiento hacia el gauchito que le dedicaron distintas familias: “Gracias por los favores recibidos. Te agradezco de corazón los pedidos cumplidos”.

Detrás de este memorial, hay una pared con estantes repletos de velas rojas encendidas y cera roja chorreada en el suelo. Todo es rojo:  estampillas, cintas y pequeñas estatuillas.  Hasta una mujer que fue a agradecer por haber recibido la jubilación viste un vestido colorado. 

Pasan los años y las ofrendas son cada vez más. Por eso, la Comisión Directiva del Gauchito Gil que se encarga de organizar el memorial, los alquileres de habitaciones y carpas en los alrededores, inauguró hace varios años un museo que recopila todos los objetos que se fueron donando. Allí pueden verse desde camisetas de fútbol de jugadores reconocidos hasta un poster de empleados de Aerolíneas Argentinas. También está repleto de otras prendas de vestir como vestidos de novia. Sin olvidar el centenar de bicicletas y chapas de patentes de autos.

“Hubo gente que me trajo las urnitas con las cenizas de sus familiares y ahora están en el museo”, cuenta Ramona, presidenta de la Comisión Directiva del Gauchito. Ella describe que en general los fieles suelen ir a agradecer cuestiones de salud, a veces relacionados con accidentes en la ruta, y por trabajo. Y también aclara por qué se lo asocia al Gauchito Gil como el santo de los delincuentes: “eso se dice porque cuenta la historia que el Gauchito actuaba fuera de la ley. Pero yo siempre digo lo mismo, el gaucho da lo que uno se merece”.
En el predio, también hay un sector con un árbol que representa el lugar donde el Gauchito fue supuestamente colgado antes de morir. Y la parte más festiva está al final del recorrido. Un escenario y una pista son testigos de bandas, baile y bebidas.
En el día principal de la celebración hay una misa a la mañana en la parroquia Nuestra Señora de las Mercedes y luego la Cruz del Gauchito es trasladada al santuario por una caravana de jinetes.

Ramona, que hace años que participa de los festejos, comparte su mirada: “acá viene gente de todas clases sociales, profesiones, países. Esa diversidad se da porque el Gaucho cumple y porque es muy especial. No todo el mundo conoce su historia. Cada uno se crea la propia”.










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