domingo, 2 de septiembre de 2012

Una tarde en el vestuario


Mientras se seca con la toalla la panza, se le escapa un pezón. La mujer mayor parece no darse cuenta. Ninguna de las mujeres parece darse cuenta. Menos Mara, ella sí se da cuenta y le molesta. Trata de llevar los ojos para otro lado, pero hay algo que es más fuerte que ella: los ojos se le van al pezón viejo.

—Qué frío anda haciendo ¿no? -exclama la mujer con la teta al aire.
—Si, tremendo –le contesta otra con poca ropa encima.

Se ve que uno de los pocos lugares en el mundo donde no es éticamente incorrecto hablar del clima con las partes púdicas al aire, debe ser un vestuario. Calor, humedad, desnudos.
Mara se termina de sacar toda la ropa para ponerse la malla entera. Es un tanto vieja, no es de ella. Se la prestaron. Decidió no invertir en una nueva si no sabe cuánto va a durar en las clases de natación. Tuvo que empezar por sus problemas en la columna. Los huesos se le estaban atrofiando de tanto estar sentada a la computadora. Su cuerpo ya empezaba a asemejarse a la letra L mayúscula.
Sale del vestuario, con gorro de baño y antiparras, y se dirige a la pileta. Sabe que parece un alienígena, pero qué más da. Es una tierra perdida, donde el agua está tibia y le gusta.

—Bueno, hacete cuatro piletas tranquila del estilo que vos quieras.

A Mara le gusta nadar pecho. Tal vez por la idea de controlar hacia dónde se dirige. Toma impulso desde el borde y se deja llevar. Su cuerpo se llena de adrenalina. ¿Por qué las personas pasamos tan poco tiempo en el agua? La mayoría del día estamos secos, salvo por unos veinte minutos diarios promedio en la ducha. Lo que es igual a estar  sólo cinco días enteros al año todos mojados. O sea, nada. Nada de nada.
Todo eso piensa Mara mientras nada. Hasta que recuerda que está nadando espalda y se le acerca el borde. Debe prestar atención. Así como se le acerca el borde, ya termina la hora y debe volver al vestuario para bañarse y volver a su casa.

—Este Moyano al final quiere mostrar que puede maneja el país, quién se cree que es -grita una chica de unos 28 años, mientras se envuelve en la toalla al salir de la ducha. Se sienta en una de las tarimas y se calza una tanga. Mara, mientras tanto, trata de hacer malabares para que no se le escape nada de lo que no le quiere mostrar a la extraña que habla de Moyano. Nada de nada. Se termina de vestir, se abriga y se va. Hasta la semana próxima no volverá.

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