Algunos dicen que es una enfermedad crónica: escribir. Te toma un órgano y afecta al resto. Es que los virus están por todos lados. Son las historias. Están ahí para ser escritas.
miércoles, 16 de diciembre de 2015
El dolor es como el amor. Te carcome el cuerpo. Para ella, mi dentista, es una simple ecuación: amor + dolor = pasión.
—Esta es la parte que más me
gusta –me dice, mientras agarra una pinza metálica.
Casi balcuceando, tratando de que el perfil de la boca
abierta con una pinza dentro y sin babear, aún conserve algo de glamour, le
pregunto ¿Deverdadmestásdiciendo?
—Sí, es mi pasión. Las cirugías son mi pasión.
Siempre me dio tranquilidad
eso de que a alguien le apasione lo que otros odian con fuerza: creo que eso es
lo grandioso -y peligroso- del ser humano, sino, por ejemplo, nunca nadie jamás podría
sacarnos una muela de juicio.
La pinza genera sonidos de lo más extraños. Los
movimientos son en redondo, arriba y abajo; redondo, arriba y abajo. La banda de sonido perfecta del trabajo de un sacacorchos en una
botella. La mandíbula es el único hueso que está separado de nuestro cuerpo, me cuenta cual locutora de NatGeo, al pedirme que la sostenga con fuerza, mientras ella hace presión hacia abajo.
Logrado el cometido, la partera dental levanta -con orgullo- la muela hacia el cielo. —Hacía rato que no veía una pieza de tres
raíces. Luego de la sorpresa, mete la muela en una bolsita como souvenir. Al agarrarla, me contagia algo de su honra. Debe ser porque aún no sé que en
vez de billetes debajo de la almohada, se vendrán noches oscuras y de dolor... esas que te hacen valorar más el amor...
(La
foto adjunta está en el consultorio de mi dentista, a quien dedico este post por
hacer su trabajo con tanta pasión)
Así empezó la conversación en el grupo de WhatsApp de
primos lejanos.
Recuerdo que era chica. Que mi abuela casi se desmaya y
mi primo –cercano- empezó a abanicarla con una servilleta.
“Sabemos que querés un cambio. Sin ir más lejos, hace un
ratito mandaste una foto fiscalizando para el PRO. Pero repetiste que ese
cambio era para mejor y que venía con alegría y esperanza. Entonces te pedimos
que no mandes esa clase de mensajes por acá porque no todos pensamos igual que
vos. Gracias”.
Esa tarde, en el comedor de la casa de mi abuela, se
discutía por política. Parte de la familia era radical y la otra, peronista.
Siempre, en algún momento de los almuerzos familiares, la cosa se ponía
acalorada. Como éramos chicos, no entendíamos cómo los grandes podían enrojecer
su piel, transpirar, elevar el tono de voz, y hasta levantarse de la mesa por
defender a Raúl Alfonsín o Juan Domingo Perón.
La historia de la democracia argentina históricamente
enfrentó a dos partidos políticos, el peronismo y el radicalismo. Hoy, en días
donde reinan las conversaciones por WhatsApp, el radicalismo no tiene el liderazgo,
ni la fuerza política de la época del comedor de mi abuela. Pero se alió con el
PRO, un espacio político que surgió en 2005, de la mano de Mauricio Macri, bajo
el sello de “Cambiemos”.
“Por favor, manden los mensajes de política por privado”,
comenzó a decir otra prima. En el medio, hubo frases y memes como que al ganar
Macri los de La Cámpora se exiliarían en Europa con los refugiados, que con el
PRO se terminó la dictadura K. Pero también hubo otros mensajes de texto como ¿te
fue mal con el kirchnerismo en estos años que tanto odio tenés?, que la
estatización de YPF, que la Asignación Universal. Y respuestas como que la
inseguridad crece.
“Chicos, por privado por favor”, repetía una de las
primas en son de paz.
“Atroden”.
“Atroden”. “Atroden”. Seguía repitiendo uno de ellos.
En ese instante comprendí eso de caer en la trampa de enrojecer
la piel, transpirar, elevar el tono de voz, y hasta salir de un grupo de WhatsApp
–en vez de levantarse de la mesa- por defender a quienes intentan ser una
mediocre emulación de Alfonsín o Perón.
Cada vez que siento el olor a té de menta recuerdo que el mundo no es sólo el que nos rodea día a día... El día que descubrí eso no estaba sola, me acompañaba mi amiga,
esa que la señorita en primer grado de la escuela en Buenos Aires me había
puesto como compañera de banco por sus altas calificaciones y -creo yo- por su
cartuchera con lápices de colores, siempre ubicados en degradé. Los míos solían
estar desordenados, hasta que la conocí a ella y supe que así también yo los
quería.
Varios años después, ya casi llegando a los 30, mientras pasé unos meses en Barcelona, ella supo
que eso era lo que quería: estar unos días juntas en la ciudad de
ensueño y por qué no hacer algún viaje exótico a lo desconocido. Así fue que aprovechamos un
vuelo barato a Fes, en Marruecos. Algunas personas nos habían alertado que no
era conveniente que dos mujeres solas viajaran a un país africano musulmán, mientras que otros nos decían que no pasaba nada. Así que seguimos el consejo de los segundos.
Llegamos a Fes al mediodía. Al bajarnos del avión, en la
pista nos recibieron unos militares con metralletas que nos hacían gestos de
que no (que fotos al avión no). Hicimos el trámite de migraciones en un idioma
que nos hacíamos las que entendíamos, cambiamos euros por moneda local y dejamos
el aeropuerto atrás. Allí nos estaba esperando un taxi del riad –una casa
típica marroquí en medio de la medina, el centro histórico amurallado de la ciudad- que
habíamos contratado. De la camioneta negra de vidrios polarizados, salió un
hombre moreno, sin turbante, con un papel que decía lo que esperábamos, “Riad Sophia”.
Allí estábamos, mi compañera de banco y yo, en el asiento
trasero, hablando un inglés inventado. Sobre la ruta de asfalto, veíamos pasar
hombres morochos con turbantes blancos, mansiones árabes de lujo, mujeres con
sus cabezas cubiertas por pañuelos (hiyab) con niños que llevaban
de la mano. El camino pavimentoso se fue volviendo cada vez más angosto, hasta
que tuvimos que atravesar algunas arcadas que parecían de barro y que nos
indicaban que nos acercábamos a la medina, el centro histórico y amurallado de
Fes. El chófer frenó su vehículo a los pocos minutos de atravesar una puerta
grande y en su inglés nos dijo algo como “a partir de aquí, siguen con él".
“El”, un hombre de unos 40 años, camisa blanca y jean, detenido
al lado de la camioneta, mirándonos. Bajamos, mientras el hombre ya se nos
había adelantado y había descargado nuestras valijas -con rueditas- del baúl
del coche. En ese momento, supimos que no nos quedaba otra opción más que seguirlo. Comenzar a caminar por esas callejuelas tan angostas y tan serpentinescas me hizo sentir tan pequeña, en medio de tanto mundo. Era un laberinto. Fes es sinónimo de creer haber llegado a destino, cuando en realidad te espera otra curva, otra y otra. Es la ciudad de los gatos como dueños majestuosos de las calles. Es la ciudad de los que tiñen cueros y los cortan, de los que tejen telares, de los que hacen alfombras con hilos de seda.
Es la ciudad de los comerciantes y de los comercios (zocos) de zapatitos de colores en punta, de las lámparas, de la bijouterie artesanal, que están donde debería haber veredas. Es la ciudad donde regatear es un halago. Es la ciudad de los que te miran mal si intentas sacarles una foto. Es la ciudad que ve a los occidentales como materialistas y eso no quiere decir que estén equivocados.
Es la ciudad de los olores intensos. Es la
ciudad de las especias naranjas, verdes, amarillas. Es la ciudad donde se
escuchan sirenas que no son sirenas sino el llamado al rezo que se oye por
altavoces cinco veces al día. Es la ciudad espiritual de los que salen
corriendo cuando suena el llamado, de los que se quitan los zapatos y lo dejan
en las puertas de las mezquitas que les corresponden: las mixtas, las de
hombres o las de mujeres. Es la ciudad de los turbantes, de los vestidos largos
que cubren los cuerpos sagrados de las mujeres. Es la ciudad de las jóvenes que
no usan turbantes si no quieren. Es la ciudad que tiene la Universidad del
Corán (Madraza) más antigua del mundo. Es la ciudad donde las mujeres dicen que
hay más mujeres que hombres trabajando.
Y allí estábamos. En medio de ese embrollo con mi amiga,
siguiendo a nuestro guía esporádico con desconfianza. Por momentos, nos
poníamos a la par y le preguntábamos how long, para que él nos
respondiera sun, sun. Luego de quince minutos, mentalmente eternos, nos señaló
un cartel naranja, con flechas por arriba de nuestras cabezas, que decía “Riad
Sophia”. Con más tranquilidad, continuamos por el camino.
Al llegar al frente de una construcción humilde de
ladrillos grises a la vista, se detuvo y golpeó una pequeña puerta ovalada de
madera. Una chica más joven que nosotras con un turbante celeste apareció
detrás de la abertura. Nos sonrió y nos invitó a pasar. Agachamos nuestras
cabezas para no golpearnos al atravesarla. Una vez dentro, perdimos a nuestro
compañero de viaje y la chica nos llevó hasta un luminoso patio interno de altas
columnas con venecitas negras y blancas.
Nos sentarnos en unos sillones alargados sin
respaldo de seda anaranjada, a la espera no sabemos de qué. A los pocos
minutos, apareció la joven, sonriente con una bandeja metálica. This is typical, dijo,
mientras apoyaba sobre una mesita redonda de mimbre dos pequeños vacitos de vidrio
repletos de té con hojitas de menta y un aroma que jamás olvidaré. Era una mezcla de menta
con la sensación de haber llegado a casa: un lugar donde uno se siente cómodo,
sin que nadie te obligue a nada, ni siquiera a quedarte en él. (Las fotos son del viaje a Fes)
Es casi la
medianoche. El bar está colmado de gente. Los mozos desbordados van de una mesa
a la otra. Traen toda clase de platos, salvo machas a la parmesana que ya no le
quedan. En el Liguria de Providencia, un barrio de Santiago de Chile, las lucen
alumbran poco y la música suena fuerte:
Yo… caminaré entre las piedras hasta sentir el
temblor… en mis piernas. A veces tengo temor, lo sé… A veces, vergüenza…
oooooh….
— ¿Ves?
— ¿Qué?
—Otra razón
para pensar que Cerati era chileno.
—Andaaaa.
—Que sí.
Estoy sentado en un cráter desierto, sigo
aguardando el temblor en mi cuerpo.
—Es imposible
acostumbrase –le responde la chilena a la argentina.
—Te lo
pregunto porque en Argentina escuchás por todos lados que con los años ustedes
se fueron acostumbrando.
—Sí, pero ¿sabes qué? hay un momento, por más
que dure un minuto, en el que el miedo te domina y piensas que esta vez sí
puede ser la última y abrirse la tierra.
— A tu mamá
le había pasado eso ¿no?
—Sí, ella
vivió el terremoto del 60, el más fuerte de la historia del mundo. Hasta hoy,
cada vez que hay un temblor se le viene todo a la cabeza y se angustia.
Nadie me vio partir, lo sé nadie me espera...
—El otro día
me estaba haciendo las uñas cuando hubo una réplica. Tranquila, le dije a la
chica del negocio. Se puso a llorar porque su guagua estaba solo con su nana.
— ¿Y qué hay
que hacer en caso de que haya uno?
—Antes que
nada, estar tranquilo y mirar para arriba. Hay que estar atento a lo que
tenemos sobre nuestras cabezas porque se puede caer y golpearte.
La argentina,
instintivamente, mira hacia el techo: hay una fila de espejos y unos carteles
de chapa viejos que dicen telégrafo, se alquilan cocheras.
—Sino se
cayeron hasta ahora, no se van a caer. Quedate tranquila.
—Y ¿qué más?
—Ponerte
abajo del marco estructural. Si no lo hay, debajo de algo que te cubra y sea
firme, como una mesa.
—Si
—Y si estás
adentro de tu casa, saber dónde están tus llaves. Hubo mucha gente que se quedó
encerrada después de los terremotos.
—Hay gente
que escuché que duerme vestida…
—Según el
miedo. Tu bienvenida a Chile va a ser que dejes los zapatos al lado de la
puerta.
El mozo, que
lleva un chaleco negro sobre una camisa blanca, se acerca a la mesa con un
plato repleto de fiambres y quesos. Mientras lo apoya, las observa reírse.
Hay una grieta, en mi corazón, un planeta, con
desilusión.
Sé que te encontraré en esas ruinas ya no tendremos
que hablar del temblor.
Te besaré en el templo, lo sé, será un buen
momento...
— ¿Sabes que
hay muchas parejas que después de los temblores rompen su relación? Los
terremotos se vuelven algo así como un antes y un después. En un segundo, te
preguntas si te gusta cómo es tu vida o si quieres cambiarle algo.
—Es que
literalmente se les mueve todo ¿no? Como si eso los volviera más conscientes de
la fragilidad... –dice la argentina y la chilena asiente con la cabeza.
Hay una grieta, en mi corazón un planeta, con
desilusión.
En el diario
de mañana una nota hablará sobre los problemas de insomnio que generan los
temblores y las más de 400 réplicas que se dieron la última semana, desde el
fuerte temblor de escala 8.3 del miércoles 16 de septiembre de 2015. Ahora la música de fondo continúa…
Cuenta la leyenda que un día del siglo IX D.C., en una tierra hoy conocida como Cataluña, España, el rey Carlos el Calvo de Francia Occidental introdujo cuatro dedos de su mano en las heridas de Wifredo el Velloso, conde de Barcelona. Con las yemas embebidas en sangre dibujó en la pared de su estancia cuatro líneas como marca de triunfo para sus descendientes.
Muchos se contentan con esta historia dantesca que marcaría el origen de la bandera catalana (cuatro líneas rojas sobre un fondo amarillo), aunque hay otros que no: dicen que el rey Carlos no era contemporáneo de Wifredo el Velloso. Y en ese momento -y antes y después- es cuando comienzan las dudas. La única verdad parece ser que siglos atrás, en la región, era común que haya combates reales por los territorios. Era común que haya muertes y sangre.
Hoy, doce siglos más tarde, Barcelona, capital de Cataluña, continúa siendo escenario de disputas. El bando del sí se enfrenta al del no. ¿Debe ser Cataluña un Estado independiente del resto de España? El 9 de noviembre de 2014, conocido como 9N, los catalanes por primera vez en la historia respondieron a la pregunta en una consulta. Esta crónica comienza dos meses antes del voto.
***
En septiembre de 2014, la vida en Barcelona parecía ser la misma de todos los días: decenas de turistas caminaban por las ramblas, perros viajaban en los subtes con sus dueños, autos dejaban siempre el paso a los peatones y montes que rodeaban la ciudad, el Montjuïc y el Tibidabo.
Pero ese arcoiris de cotidianeidad en ciertos barrios y edificios se volvía más bien monocromático: telas amarillas con cuatro rayas rojas horizontales abrazaban los balcones. Otros, colgaban banderas, inspiradas en la cubana, ya que contra un lateral tenían un triangulo azul con una estrella blanca.
—Esa es la bandera independentista -dijo una joven catalana desde su balcón de un edificio del barrio de Gracia en Barcelona una tarde a principios de septiembre de 2014- La gente quiere votar y no la dejan. En tres días se festeja el 11 de septiembre, el día nacional de Cataluña, conocida como la Diada, y van a venir catalanes de todas las provincias en buses. Se espera mucha gente y va a ser una demostración de que se quiere votar.
España está divida en diecisiete comunidades autónomas, de las cuales una es Cataluña con gobierno y representantes propios. Cataluña podría decirse que es la punta superior derecha de España: está situada al nordeste de la península ibérica, al este con el mar Mediterráneo y limita al norte con Francia. Es un territorio de más de siete millones de habitantes divididos en cuatro provincias: Barcelona, Girona, Lérida y Tarragona.
Ese jueves 11 de septiembre de 2014, más de un millón y medio de personas llegaron desde todas las provincias a Barcelona. Desde temprano, se veían hombres y mujeres, con niños o con sus perros, con las caras pintadas y con banderas, caminando por las calles y vistiendo camisetas rojas y amarillas con la insignia “ara és l’ora” (ahora es la hora): la hora de votar.
A las 17.14 empezó el acto: las dos mayores avenidas que cruzan toda la ciudad, Diagonal y Gran Vía, como dos grandes cadenas rojas y amarillas en forma de V, estaban repletas de manifestantes, que previamente se habían inscripto por Internet para obtener su lugar sobre el asfalto.
La Diada conmemora el triunfo de las tropas franco-españolas del rey Felipe V en 1714, durante la Guerra de Sucesión Española, que pusieron fin a la autonomía de Cataluña. Es decir, hace 300 años que recuerdan haber perdido la independencia.
—Queremos que 2014 sea inmortalizado por recuperarla -fue una de las frases que se escuchó por los altoparlantes y que perteneció a Carme Forcadell, la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), una de las organizaciones civiles, junto a la Òmnium Cultural, que promueven el plan soberanista y que dieron mayor fuerza en los dos últimos años al reclamo de votar.
Estas asociaciones estuvieron prohibidas, junto a otros hechos como hablar catalán, durante la dictadura de Francisco Franco, que sucedió en España desde 1936, los inicios de la Guerra Civil Española, hasta 1975 con la muerte del dictador.
En los comercios y en las calles de Barcelona, la gente habla catalán y castellano. Pero durante el acto se escuchaban sólo voces en catalán: “Volem ser lliures”, (queremos ser libres) “que ens deixin parlar el nostre idioma” (que se nos deje hablar nuestro idioma), “que es respecti la nostra cultura” (que se respete nuestra cultura), “que volem callar” (que no nos hagan callar), “que no ens robin” (que no se nos robe).
Es que Cataluña por ser un gobierno autónomo tiene amplias cotas de autogobierno en educación, sanidad y seguridad, acordadas en el estatuto de autonomía regional aprobado en 2006. Los últimos años con el gobierno del actual presidente español, Mariano Rajoy del Partido Popular, ese presupuesto disminuyó: en las calles muchos reclaman que se pague lo debido.
Las calles durante la hora que duró el acto estuvieron colmadas de manifestantes rojos y amarillos. Antes de que terminara el acto, armaron castellers (torres humanas típicas de los festejos catalanes de la Edad Media, con niños en sus cúpulas) y cantaron el himno de Cataluña.
Luego las columnas comenzaron a dispersarse, pero en el aire quedó flotando el mensaje: “volem votar”.
***
—El referéndum por la independencia, 9-N-2014, 300 años después de 1714, es la consecuencia de una historia de muchos años de reivindicación que tiene a la Renaixença, recuperación cultural de una nación en su base -manifiesta Albert G. Melero, profesor de historia de escuelas públicas secundarias en Cataluña.
— ¿Qué es la Renaixença?
— En el siglo XIX, con la aparición de los movimientos nacionalistas en todo Europa (Italia y Alemania, principalmente) y con el movimiento cultural del romanticismo que recupera el arte, la cultura y la tradición de la Edad Media, Cataluña inicia un renacimiento cultural, la Renaixença. Este movimiento busca recuperar la lengua catalana, el arte románico y gótico típico de Cataluña medieval y la mitología catalana. También se recupera la historia de la derrota de 1714. En esa misma época, la burguesía catalana sentará su poder económico gracias a los telares y carbón traídos de Inglaterra. Es a partir de esta Renaixença y está revolución económico/burguesa/cultural que nace el nacionalismo catalán y el anhelo de independencia. También en 1898, por la guerra de la independencia cubana de España, los catalanes se empiezan a preguntar si los cubanos se han independizado ¿por qué no podemos los catalanes?
Albert G. Melero continúa hablando, nombra el inicio del movimiento independentista catalán, el partido E.R.C, que luego unirá a sectores del obrerismo nacido de la revolución industrial inglesa; socialismo y anarquismo; de los dirigentes de ERC, Francesc Macià y Lluís companys, que declararon en 1931 la república independiente de Catalunya, que duró sólo unas horas, desde la plaza Sant Jaume de Barcelona. Y hasta del fusilamiento en el Castillo de Montjuïc, durante la dictadura franquista, de Luís Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya desde 1934 a 1940.
***
Los días posteriores a la fiesta, el foco continuaba siendo el 9N. Las tapas de los diarios, los vecinos en los ascensores, los profesores en las universidades, los periodistas en los talk shows y los comerciantes no paraban de hablar de ese día que había sido previsto por la Generalidad, el gobierno autonómico de Cataluña, hacía más de dos años, como el día de “la consulta popular sobre el futuro político de Cataluña”.
La idea originaria del 9N era que los catalanes participaran de una consulta para que pudieran emitir su voto a favor de si querían que Cataluña fuera un Estado independiente de España. Una idea que a partir de 2012 fue fuertemente fogueada por el presidente de la Generalidad Artur Mas, dirigente del partido Convergencia Democrática de Cataluña (CIU) de ideología nacionalista catalana, cuyo predecesor fue el famoso Jordi Pujol, quien durante 23 años desempeñó el cargo de presidente de la Generalidad de Cataluña y ahora está acusado de blanqueo de dinero y dos de sus hijos imputados por diferentes casos de corrupción.
— ¿Y desde cuándo existe la idea de Cataluña como nación y desde cuándo los catalanes se consideran una nación/cultura diferente?
—A partir del siglo X nacen diferentes lenguas en la Península Ibérica, como portugués, catalán, vasco y gallego principalmente. Hasta ese mismo siglo, Cataluña norte era francesa, mientras la Cataluña sur, musulmana. Pero en el norte, el rey francés Carlomarco, del imperio carolingio, que dominaba media Europa, le cede la administración de Barcelona y la declara capital condal del resto de condados (Gerona y Besalú). En ese momento es cuando se redactan unas primeras leyes propias (leyes legislativas del mar y la tierra diferentes de las de Castilla, por ejemplo). El territorio se articula y se une políticamente y administrativamente bajo el condado de Barcelona. Por lo cual, se puede hablar de una primera unión e independencia política pero de Francia, no de España.
***
Un continuo tira y afloje fueron los meses que siguieron a la Diada hasta el esperado 9N. Si habría que formar dos equipos con las frases que se escuchan por las calles sería muy sencillo diferenciar un bando del otro.
La hinchada del NO: que el tema de la independencia sirve para tapar otras cuestiones del gobierno; que no piensan votar hasta que haya un aparato legal que lo ampare; que es un reclamo de derecha; que el nacionalismo les suena a conservador; que es un tema meramente económico; que de esto sacan rédito los políticos.
La hinchada del SI: que votar es defender la democracia; que hace años que se viene luchando por esto; que es una revolución pacífica; que ser independentista no quiere decir que se sea nacionalista; que es un tema cultural, de defensa de costumbres, de idioma, de respeto por las tradiciones y de principios diferentes a los del resto de España; que es un tema de defensa de la historia, de recuperar una tierra que alguna vez fue suya, de respeto por las leyes del autogobierno que no se cumplen.
Y si habría que dibujar una cronología del plano político durante los meses previos al 9N, sería así:
Que la consulta sí, que la consulta no.
Que el gobierno nacional de Mariano Rajoy logró que el Tribunal Constitucional impugnara la consulta, que Mas la haría igual pero de manera alternativa, es decir, sin validez legal.
Que el resto de los partidos que apoyaban la consulta se aliaban con Mas, que después no.
Que un día aparecían los árboles con cintas de plástico atadas alrededor, que al día siguiente no.
Que la última semana, a eso de las diez de la noche, vecinos se asomaban a sus ventanas para golpear sus cacerolas para que sí, que otros gritaban que no.
Que sí, que el 9N habría una consulta alternativa llevada adelante por gente voluntaria, es decir que no habría un aparato judicial que lo validara.
Que sí, que no. Que sí, que no.
Que sí.
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Para comprender el crecimiento del independentismo también se puede viajar a una historia un poco más reciente: la manifestación del 10 de julio de 2010, en la cual cientos de miles de personas tomaron las calles del centro de Barcelona, incluidos el entonces presidente de la Generalitat José Montilla, los expresidentes Jordi Pujol y Pasqual Maragall, y los líderes de los cuatro principales partidos convocantes: PSC, CiU, ERC e ICV.
Ahí empezó la condensación. Ahí tomó forma el català emprenyat. Y desde entonces su enfado no ha dejado de crecer, fueron las palabras deEnric Juliana, un reconocido periodista de Cataluña en un artículo publicado en el periódico La Vanguardia, el 12 de septiembre de 2012.
¿A qué se debió el enojo? A la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña de 2006: a la presentación del recurso de inconstitucionalidad interpuesto por el Partido Popular de Rajoy sobre 114 de los 223 artículos del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006.
“Aunque se trataba del Estatuto, los gritos y los carteles que predominaron fueron en favor de la independencia de Cataluña”, remarcó un artículo de La Vanguardia del día siguiente a la manifestación de rechazo a la sentencia bajo el lema “Som una nació. Nosaltres decidim” (‘Somos una nación. Nosotros decidimos’).
Cataluña desde 1979 posee un Estatuto de Autonomía que es el que legitima la autonomía y los márgenes del autogobierno en este territorio. Pero, en 2006, se aprobó uno nuevo por parte del Parlamento de Cataluña y las Cortes Generales, que el 18 de junio del mismo año, se sometió a un referéndum popular: con un 48,85% de participación catalana, el 73.24% dijo sí a los cambios. Pero el PP lo impugnó delante del Tribunal Constitucional. “Y ese es el punto de partida de todo el follón”, explica una politóloga catalana. Vale aclarar que en ese entonces el partido formaba parte de la oposición ya que el presidente era Zapatero.
Finalmente fueron 14 los artículos declarados inconstitucionales. Los mismos estaban relacionados con la lengua, el Consejo de Garantías Estatutarias, las funciones del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, las competencias compartidas entre el Estado y la Generalidad de Cataluña en materia de crédito, banca y seguros, entre otras cuestiones. Por ello, el Estatuto, hasta el día de hoy, quedó como el Tribunal ordenó.
Con el paso de los años, al festejarse la Diada de Cataluña en 2012, según Enric Juliana, adjunto a la dirección de La Vanguardia, se observó un espíritu más independentista que nunca.
Para el periodista y filósofo Josep Ramoneda, el resurgir del independentismo catalán se debió a la gestión del Estatuto, la crisis económica y el cambio generacional de la clase política y del movimiento social: “En los últimos treinta años se ha vivido un enorme cambio en la sociedad catalana, con una generación formada en escuelas en catalán, que creció con el concepto de Cataluña como nación y que no arrastra ningún fantasma ni corsé de la Transición, como el miedo al Ejército o la solidaridad forzada con el resto de demócratas de otras partes del Estado”.
***
El día tan esperado, al fin, llegó. Para algunos, la expectativa del 9N podía comparar con la final de la Champion League. Soplaba un aire fresco, como para una campera rompe viento o un saquito de lana. En las calles no había mucha gente, salvo turistas que seguían paseando por la rambla, niños en los sube y baja de las plazas, mujeres con baguetes debajo del brazo y empleados de la Generalitat con chaquetas blancas y verdes baldeando las veredas con camiones hidrantes.
Este domingo por la mañana, 25 años atrás, había pasado a la historia por la caída del muro de Berlín, hoy en Cataluña estaban haciendo su propia historia, al menos eso repetían varios. Si bien muchos temían incidentes y hasta les recomendaban a los turistas que tuviesen cuidado, esa historia no veía a simple vista. Había que adentrarse en los rincones de la ciudad para descubrir a los voluntarios que iban a las escuelas a votar. En algunas calles, había largas filas de más de tres cuadras de gente con camisetas rojas y amarillas esperando para ingresar a las escuelas del padrón.
Dentro de los colegios, no había cuarto oscuro, sino salones amplios con mesas, donde podrían comer diez personas, con sobres y papeles que hacían dos preguntas: “¿Quiere que Catalunya sea un Estado?” y “En caso afirmativo, ¿quiere que sea un Estado independiente?“
Los votantes, en medio de la sala, marcaban cruces en el papel, que luego metían en el sobre y se dirigían a otras mesas de alrededor, donde había voluntarios que chequeaban su identidad con el DNI y una notebook, para acabar el ritual: meter el sobre dentro de una urna de cartón.
Entre los participantes había mucha gente mayor: una mujer en silla de ruedas, con lágrimas en los ojos, que esperó 80 años para este momento, “desde la dictadura de Franco”. Otro hombre más joven, con congoja y muletas: “es un día histórico”. Otro de 30 años “pues no me importa que esto no sea legal, es un acto de democracia”. Un chico de 16, “estoy feliz porque es la primera vez que puedo votar”, mientras su padre le sacaba una foto con su celular.
Fuera de la escuela y de las largas colas, las calles seguían solitarias. En la plaza del Parlament, en el parque de la Ciudadella, sólo se escuchaba el cantar de los loros sobre los árboles pelados del otoño. Nadie entraba, ni salía del edificio. En el barrio Gótico la gente se tomaba fotos sobre la Catedral y lo mismo pasaba frente a la Sagrada Familia. Sobre la avenida Jaume I un hombre le decía a otro: “mirá la calle, no hay nadie. Ya veo que El Mundo o El País ahora titulan que hubo disturbios”.
***
Al otro lado de la ciudad y al anochecer, debajo de las escalinatas y fuentes de la majestuosa plaza España, había montada una carpa blanca. A las diez y media de la noche, un grupo de más de treinta periodistas con teléfonos celulares y cámaras reflex se abalanzaron contra la puerta: Artur Mas, el presidente de la Generalitat, había llegado para dar la tan esperada conferencia de prensa. Todos querían su foto.
Con un porte similar al de una figura de cera, Mas entró como un león triunfante a la Fira de Barcelona. Dio unos pasos y se detuvo. Posó varios minutos para las cámaras.
-Artur -le gritó uno por detrás. El rey de la selva giró medio cuerpo, lo miró fijo y sonrió.
Click.
Luego continuó caminando por la sala. Se subió al escenario e hizo lo suyo: habló ante el público. Dio un discurso en catalán, el mismo en castellano y un resumen en inglés. Dijo cosas como que la jornada fue un éxito y que Madrid debería escucharlo (por Rajoy). Joana Ortega, la vicepresidenta de la Generalitat lo acompañaba, a su lado, casi sin moverse, sólo sonreía. Más tarde dio los resultados estimativos.
Un 80,72% de los votantes dijo sí.
Es decir, más de dos millones de los 7,5 millones que viven en Cataluña dijeron sí.
Artur Mas rugió.
***
Al día siguiente, sobre la casa de Gobierno de la Generalitat un grupo de hombres y mujeres hablaban por megáfono, se dirigían a Mas, sostenían banderas en reclamo a un centro de salud que hace un año privatizaron. Todos los lunes reclaman aquí y frente a la casa de Mas.
— ¿Sabes lo que pasa? Se llenan la boca hablando de la independencia, pero hay temas que se tapan como este: el recorte en salud ¿De eso quién habla? -dijo un hombre mayor con lágrimas en los ojos.
Los meses pasaron y se continuó hablando del 9N, pero ya con menos fervor. Las tapas de los diarios empezaron a tratar otros temas, los vecinos conversaban del clima en los ascensores, los profesores casi no nombraban el 9N en sus clases, al igual que los periodistas en los talk shows o los comerciantes. Sin embargo, el tira y afloje entre Mas y Rajoy continuó. Hasta en su discurso navideño, el rey español Felipe VI, dejó en claro su postura sobre Cataluña: “Millones de españoles llevan, llevamos, a Cataluña en el corazón. Como también para millones de catalanes los demás españoles forman parte de su propio ser. Por eso me duele y me preocupa que se puedan producir fracturas emocionales. Nadie en la España de hoy es adversario de nadie”.
Así fueron los días aquí en Barcelona: rojos y amarillos.
Fotografías: Agustina Grasso
Crónica publicada en el medio mexicano Lo Político: http://lopolitico.com/asi-fueron-los-dias-rojos-y-amarillos/
Nadie nos avisó que se podía y se -debía- seguir
creciendo. Nadie nos avisó que como el amor “de toda la vida” no existe;
tampoco los amigos “para toda la vida”. Nadie nos avisó que el “toda la vida” se renueva -mínimo- cada diez años. Nadie
nos dijo que la celulitis se agudiza, que los efectos colaterales de
emborracharse ya no duran sólo hasta antes del almuerzo, que hay cosas mejores
que pelear por tener la razón -como reírse por no tenerla-, que maquillarse
hace la diferencia, que ir a gimnasia ya no es una opción, que el trabajo ya no
es la adrenalina de lo que era. Pero tampoco nadie nos explicó que lo que era
imprescindible ya no lo es, ni que lo que odiábamos ahora podemos llegar a
amarlo, que lo que juramos que “jamás haríamos”, lo hacemos y sin culpas. Que
un sueño puede ser real y actual. Que un sábado a la noche el mejor plan puede
ser tu casa. Que estudiar se puede disfrutar. Que despedir a un ser querido, te
hace cobrar fuerzas. Que madurar –como una fruta- te hace pensar en todo esto y
más. Que al ver fotos viejas te ves más linda ahora. Que te llena de orgullo
ver a un país marchar por una sociedad mejor: que “no nos peguen”, “no nos
violen”, “ni se nos juzgue por un mini-short”. Que el mejor
momento ya no son las ilusiones de un futuro, ni la melancolía del pasado, es
el ahora. Que el amor de toda la vida se puede elegir; que los amigos, también.
Que como dice Brecht, lo habitual no es algo natural. Que al podar, se puede
llorar por lo que se cayó, pero también lo nuevo sale con más fuerza. Nadie nos
avisó que ver a un bebé en la calle te puede dar ternura, que ver a tu perro y tu gato crecer es el símbolo del tiempo y de la fidelidad. Nadie nos avisó que se sigue
creciendo y cambiando. Tampoco “lo mejor está por pasar”, sino que tal
vez ya esté pasando en este momento, mientras nadie nos avisa, ni nos lo explica…
Estamos en crisis. El periodismo está en crisis en
Argentina, en España, en México, en Brasil... Nadie cree en nada, nadie nos
cree...
Entonces... ¿Ahora qué? ¿Nos tiramos de un precipicio? ¿Para qué? Si ya estamos cayendo: hacemos notas como podemos, proponemos investigaciones que
no son de los temas de agenda y tratando buscar la mayor cantidad de fuentes. Algunas
entienden y ceden, te abren las puertas de su casa y te hablan como si fueras
el único en el mundo que las escucha. Otras piensan lo que cada tanto dudamos:
el medio es el mensaje. Entonces se callan, prefieren hablar con otro o ni
hacerlo. Y uno como periodista no lobbista le aclara que es independiente.
Igual, seguimos cayendo, trabajemos donde trabajemos, tratando
de saltar las barreras: esas barreras formadas por billetes de políticos de
turno o de empresas (muchas, por ejemplo, del mundo del agro) que pagan las
pautas publicitarias…
Durante la caída, a veces, nos las llevamos por delante: "tratá
de no meterte con ese tema que el tipo es dueño de una megaempresa. Tratá de no
meterte con ese tipo que tiene ansias de ser el próximo presidente y pone mucha
plata en un suplemento que es el que nos hace ser el medio que somos. Un medio
que está en crisis y que en cierto punto, gracias a ese tipo que roba o estafa
o engaña o dirige el mundo narco o de la trata, paga tus sueldos y el de tus
compañeros. Mejor, no digas nada".
Mientras tu cuerpo vuela hacia abajo, hay veces en que
podés elevarte un poco: a pesar de las barreras, te publican una nota que
critica a ese tipo. Y ahí es cuando, mientras pensabas que llegabas a lo alto,
caés de un hondazo: el tipo de golpe llama a tu jefe para decirle que todo lo
que investigaste es mentira, que te abre las puertas de su casa -que hace meses
que te las venía negando- para venderse como el mejor y que de esa manera, va a
poder seguir girando esa rueda que hace que cada mes tengas un sueldo.
Entonces resulta que el periodismo es eso.
Mientras uno se levanta de la cama, exaltado, pensando
que cayó, suena el celular: es una amiga mexicana que dice que junto a su
marido van a sacar plata de su bolsillo para poner un medio digital independiente.
—Pero mirá que estamos en crisis.
—Sí, pero antes de tirarnos por un
precipicio, abramos un paracaídas...
En una vuelta y media de las agujas sucede la historia
escrita a continuación: son las diez en punto en este círculo blanco rodeado de
números romanos. Como si fuera una ilusión óptica, el reloj parece flotar en el
cielo. Algunos barceloneses dicen que, cada tanto, gira. Pero ahora está
inmóvil sobre su base, una torreta gris de tres plantas. Debajo del
"IV" hay una inscripción en pequeñas letras azules: BBVA. Es que el edificio
que lo sostiene es la sede central del banco.
Frente a él se encuentra la Plaza Cataluña, el corazón de
Barcelona. Como un tic, tac mujeres y hombres cruzan apurados de un extremo al
otro de este cuadrado desalineado. Turistas le sacan fotos a un monumento con
forma de escalera al revés. Peces de cemento echan agua por su boca para llenar
las fuentes, donde se bañan las palomas.
En el centro de la plaza, algo irrumpe la escena: un
grupo de más de treinta personas empiezan a cantar con un megáfono: Yo soy de
la PAH, de la PAH, de la PAH, de la PAH. Yo soy de la PAH, de la PAH, de la
PAH, de la PAH. Yo soy de la PAH, de la PAH, de la PAH, de la PAH. Llevan
remeras color verde y pancartas hechas en cartulinas de colores que dicen
"Sí se puede".
Son las diez y diez. Hora de comenzar el recorrido. Su meta
es empapelar la sede del BBVA y no es la primera vez que lo hacen. En esta
batalla cada soldado tiene una tarea asignada: mientras algunos cantan, otros
con un rodillo de mango largo embadurnan con cola vinílica las ventanas y
puertas de vidrio del banco, que hombres de seguridad, al verlos venir, minutos
atrás ya habían cerrado.
Un segundo escuadrón apoya sobre el pegamento húmedo
papeles que dicen ESTE BANCO ENGAÑA, ESTAFA Y ECHA A LA GENTE DE SU CASA. Una
vez recubierta la fachada con carteles verdes y amarillos que llevan el dibujo
de un cuervo, (son las diez y veinte) la caravana continúa su camino por Rambla
Catalunya, alejándose de la Plaza. Hay algunos que por momentos juegan de
cabecillas del rebaño y apuran al resto. Les dicen que no van a llegar, que se
va a hacer tarde, que guarden papel para después, que la ruta continúa.
La caravana está conformada por hombres y mujeres que van
desde los 30 a los 80 años. Hay una anciana de pelo blanco con mechas de
colores naranja, un anciano con bastón. Hay un padre que arrastra un cochecito
de bebé. Hay catalanes, brasileños, puertorriqueños. También hay un hombre
mayor que se les une más tarde: va con una bicicleta mountain bike roja, un
canasto por delante, otro por detrás y un megáfono que dice "Si se
puede". Tiene 70 años y barba blanca recogida por una cola de caballo.
Caminan todos juntos, golpeados por la pérdida y con la
frente en alto. Al verlos pasar, los turistas los fotografían, los guardias de
seguridad de los bancos les cierran la puerta en la cara y algunos vecinos,
como si fueran celebrities, les toman la mano, les sonríen y les dicen “si se
puede”.
A las diez y media, continúan el recorrido por la Rambla.
Es la caravana de los que no tienen casa, de los que están por perderla o ya la
perdieron, de los que lograron recuperarla o de los que generaron que sus
padres, hermanos o amigos la perdieran por salirles como avalistas. Ellos son
miembros de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), un grupo que se
formó en 2009 y que brinda asesoramiento jurídico y organiza reclamos, como
esta caminata, para recuperar lo que alguna vez fue suyo o al menos no quedarse
de por vida con una deuda y en la calle.
—Qué vengan a cobrar lo que debo al cementerio
- dice una mujer mayor, mientras me toma del brazo y camina.
— ¿Pero cómo es su caso?
—Yo saqué un crédito en el banco para hacer unas
reformas a un local y ahora se quieren quedar con todo porque no puedo seguirles
pagando, joder. Pero qué me vengan a buscar a la tumba.
Son ya las diez y cuarenta minutos. En veinte minutos hay
que estar en la avenida Paseo de Gracia, el destino final, donde habrá una
conferencia de prensa. Antes, en el camino hay una sucursal del banco CatalunyaCaixa,
una de las bancas que más créditos otorgó en los últimos años y que fue
recientemente comprada por BBVA. Empapelan su entrada.
La mujer que me tomó del brazo, ahora habla por el
megáfono: ¿Qué va a pasar con los clientes de Caixa? ¿Qué pasó con los 13.000
millones que le inyectó el Estado? Ahora el BBVA lo compró por 1.000 ¿Y los euros
que faltan? ¿Dónde están?-pregunta indignada, con el volumen del megáfono bien
alto.
Ladrones, chorizos. De todo, menos lindo, grita el
ejército de homeless. Como ellos, en Cataluña, por semana más de 400 familias
se quedan sin casa. La mayoría va a parar a la PAH en busca de ayuda legal y
contención sentimental.
—El cajero no -le dice un compañero veterano a
otro que es la primera vez que participa de la caravana.
— ¿Pero es legal lo que hacemos?, pregunta el
nuevo con temor.
—Sí, no pasa nada. Siempre y cuando hagamos un
reclamo pacifico. Los bancos ya nos conocen, nos ven venir y se asustan.
Cierran las puertas y ya. Otras veces tomamos el banco: nos metemos adentro y
nos quedamos sentados hasta que sea el horario de cierre, no los dejamos trabajar.
Pero no tocamos nada. Es todo pacifico. A la primera que hay violencia,
perdemos todo lo que logramos. A veces llaman a la policía y nos sacan. Ya
sabemos qué hacer.
La caravana se apura, faltan diez minutos para la hora
pactada y aún hay que caminar varias cuadras más por la Rambla, doblar en la
calle Provença, hasta Paseo de Gracia, donde ya se puede ver la fila de
turistas que hay en la puerta de La Pedrera, el famoso edificio con una fachada
irregular que simula olas y que construyó Antoní Gaudí a pedido del empresario Milà,
hace más de cien años atrás.
Por dentro, hay más turistas que se están enterando de la
historia del edificio: la idea era que allí funcione la casa del millonario,
locales comerciales y pisos de alquiler. Se deslumbran con la majestuosidad de
la obra, aunque por la audioguía no les cuentan de las situaciones que interrumpieron
la obra, como multas por no respetar las ordenanzas municipales y discrepancias
entre Gaudí y Milà. Hasta que todo terminó y no de la mejor manera. Como éste
último no le pagaba, Gaudí le hizo juicio y Milà tuvo que hipotecar la casa
para pagarle.
La PAH ya está llegando. Frente a La Pedrera, hay
fotógrafos y periodistas esperando. Les toman fotos, mientras caminan hacia la
esquina. Vuelven a ser celebridades. Allí hay otra sucursal de CatalunyaCaixa.
Sobre la vereda, hay una mesa con dos sillas, que otro grupo de la PAH había
montado. Las tropas cubren sus puestos: empapelan la fachada del banco con los
carteles verdes y amarillos que dicen cuervos, engaños, estafas, vidas en
juego.
Son la once en punto. La señora de pelo blanco con mechas
naranjas se sienta a la mesa, junto a otro joven con remera verde. Van a denunciar
en la prensa el caso de esta mujer y su marido de 70 años, quien por problemas
de salud no pudo venir. Ellos habían salido como avalistas de la hipoteca de su
hija, quien luego de la crisis económica española del 2008 no pudo continuar
pagando la deuda.
Para saldarla y debido a la devaluación de las
propiedades, ahora el banco exige su piso y el de sus padres, quienes hace más
de cuarenta años que viven allí. Con respaldo de la PAH, piden seguir viviendo
en su departamento con un alquiler social de 100 euros al mes: sus ingresos
mensuales son de 700. Como esta historia hay miles. Exactamente, 400.000 en
toda España. Cataluña lidera el ranking de desahucios.
Si, se puede. Si, se puede, cantan los de la PAH y ríen.
Luego de once minutos, la conferencia de prensa termina. La señora que me tomó
del brazo está hablando con algunos periodistas de la televisión local. El
hombre de la bicicleta está descolgando un cartel que dice Stop Desahucios. La
anciana de pelo blanco y mechas naranjas continúa sentada, se la ve nerviosa.
El veterano canta, el nuevo también. A unas cuadras, el reloj del BBVA marca
las once y media. Desde aquí no se ve, aunque seguro está flotando en el aire, como
una ilusión óptica.