Al otro lado de la ventana llovizna. Unas nubes oscuras
cubren el cielo. Una señora intenta cruzar la calle sin meter por completo su
pie izquierdo en el agua. Lleva botas azules para la ocasión.
Adentro, la semi oscuridad. Hay un tono grisáceo que
cubre la habitación. Hace horas que amaneció y sin embargo la luminosidad no es
la de siempre. Cortaron la luz hace rato. La pava eléctrica definitivamente no
fue la mejor compra, especialmente en estas ocasiones -reflexiona el joven- mientras busca los fósforos y prende
una hornalla. Peor deben estar aquellos que dejaron todo en las manos de la
electricidad: ventanas, cocina, portón, se dice al calentar el agua para el mate
en un jarro. Aunque mucho, mucho peor deben estar los enfermos con máquinas
eléctricas que los mantienen a salvo.
Busca unas velas en el último cajón de la alacena. Siente
temor de ir al baño a oscuras. La falta de luz te obliga a cambiar la tele por un libro o la
computadora por la lapicera, como se vivía años atrás. Esa vida blanco y negro
sin aire, ni computadora, ni pava, ni portón. En cambio -piensa- ahora somos HD: una sociedad comunicada minuto a minuto,
informada por frases cortas y con miles de fotos sobre nuestra vidas y las de
otros. ¿Sin electricidad no somos nada?, le retumba la pregunta en su cabeza.
Al otro lado de la ventana continúa la lluvia. El joven
se da cuenta que puede correr las cortinas de par en par. La habitación se
ilumina. Abre uno de los postigones y asoma la cabeza. Algunas gotas le humedecen
el rostro: siente felicidad. Podría anotar estos pensamientos en un papel
para recordarlos cada tanto, reflexiona. De golpe, algo interrumpe el silencio: suena un "viiiip"
que debe pertenecer a alguno de sus artefactos eléctricos. Ya basta de pensar
-pensó- volvió la electricidad.