-Chicos consigan para el
cuatrimestre que viene una entrevista con un escritor.
La consigna fue clara y
mi meta también: quería conseguir una entrevista con Tomás Eloy Martínez. Tenía
20 años y muy poca idea de si era difícil llegar a él. Le planteé mi propuesta
a la profesora y ella me miró con cara de “qué ilusa”, pero no dijo nada y sólo
asentó.
Como había tiempo,
empecé a rastrear a Tomás. Me enteré que vivía seis meses en Buenos Aires y
otros seis en Nueva Jersey. También me enteré que iba a dar una entrevista
abierta en la Casa de la Cultura a cargo de Silvia Hopenhayn, una periodista
cultural a quién tenía de cara por sus programas en Canal A. Le pedí a una
amiga que me acompañe, que no me animaba a ir sola: era mi oportunidad para
tener un primer contacto con él.
Esa noche del 18 de
septiembre de 2007 fuimos las dos a la charla. Cuando terminó, él se quedó
hablando con el público y yo, temblando, me acerqué. Le dije que era estudiante
y que me gustaría hacerle una entrevista. El me dijo que sí, que no había
problema, que me contactara con su secretaria Marina por mail, que él debía
viajar en unos días, entonces la entrevista tendría que ser pronto.
Cuando llegué a mi casa,
le escribí un mail (que ahora releo y me avergüenzo de mi misma)
Tomás:
A partir de lo charlado
hoy a la tarde, quería programar la entrevista. Te recuerdo que yo soy la chica
que habló con vos en la charla que diste para Casa de Letras. Con respecto al
horario y el lugar, estoy a tu disposición ya que me imagino que debés tener la
agenda repleta.
Espero tu respuesta,
¡Muchas gracias!
Agustina
------
Hola Agustina
Quien te escribe es
Marina Slaimen, asistente de Tomas Eloy Martínez. El podrá estar
disponible por media hora para la primera semana de octubre. Espero que sirva .
Si es así luego combinamos hora, día exacto y lugar.
Saludos cordiales
Marina
Esa respuesta llegó a
las pocas horas. Claro que acepté. Tuve dos semanas para leer y releer sus
libros. Hasta que el día llegó: fue el 3 de octubre de 2007 en el Establecimiento General de Café, en el centro de Buenos Aires. Me senté
en una mesa que había en un patio interno. El aún no había llegado. A los pocos
minutos, se acercó y comenzamos a charlar. Le pregunté sobre Santa Evita, La
pasión según Trelew, La novela de Perón y El vuelo de la reina. Mi grabador a
cassette estaba sobre la mesa. No sé por qué no llevé cámara de fotos. Después
de hablar de sus libros, por recomendación suya, nos fuimos a una mesa ubicada
en el interior del bar para que haya "menos ruido ambiente".
A partir de aquel momento todo se hizo más ameno: conversamos de política, de su vida en Estados Unidos, de un problema que yo tenía en la facultad porque no me querían publicar una nota en una revista universitaria y sobre lo difícil que era para los jóvenes periodistas ingresar en los grandes medios. Recuerdo que me dijo varias veces que el único patrimonio que tenemos los periodistas es nuestro nombre y que hay que proteger nuestro único capital. Prometió recomendarme en algunos diarios y lo cumplió, una promesa que un grande le hizo a una joven don nadie.
Le pedí si podía
firmarme la edición que llevaba conmigo de "El vuelo de la reina".
Una edición usada que había comprado hacía pocos días y que no sé cómo me animé
a sacarla de mi bolso. Se acercó al mostrador del bar y pidió una lapicera negra
porque era su cábala firmar con tinta negra.
“Para Agustina, que
vuela”.
Su amigo, Tomás Eloy
Martínez.
Cuando salimos del Café,
en el cual estuvimos más de la media hora pactada, cruzamos la calle y él me
dijo que tenía libros para regalarme. Fuimos a su estudio, que estaba enfrente,
y recuerdo que no se veían las paredes porque todas estaban repletas de libros.
Me regaló una nueva edición de "El vuelo de la reina", entre otros,
que también firmó.
Cuando salí de allí,
estaba tan feliz que salí corriendo a buscar un locutorio y contarle todo a mi
amiga. Confirmé que eso era lo que yo quería: ser periodista, trabajar en un
diario, recibirme y tratar de mejorar el mundo.
Ya siete años pasaron de
esa tarde y hoy se cumplen cuatro de la muerte de Tomás, pero cada vez que paso
por una librería, hago un pequeño juego conmigo misma. Sin buscarlo, trato de
encontrar "El vuelo de la reina". Si llego a verlo, me río por dentro
y todo el encuentro vuelve a mi mente.