domingo, 16 de septiembre de 2012



Mara no cree en los videntes, en el tarot, en los buzios, en nada. Cree que se trata de personas que se aprovechan de la debilidad de las otras.

Un hombre en el garaje de su casa cita a los que quieren saber qué va a pasar con su futuro. Qué les depara el destino. Como si fuera una especie de “adelanto exclusivo” de la película de su vida. “El brujo”, como le dicen el barrio,  atiende en una casa sencilla,rodeada de calles de tierra, ubicada al oeste de la provincia de Buenos Aires.  Tiene dos puertas, una para los que no les molesta esperar, a cambio de no pagar, y otra –un  portón- por la que ingresan los que abonan los $50 que sale la consulta. Se cree que “el boca en boca” es muy eficiente –ya que no tiene publicidad- porque todos los días, menos los lunes que no atiende, la salita de espera está repleta y se hacen filas de automóviles y hasta camionetas 4X4 en la entrada del lugar. Cada tanto se abre el portón y hace pasar a su próximo paciente.

Mara entra por el portón.

- ¿Qué querés saber? ¿Qué problema tenés?

El brujo Tino está rodeado de fotos del Gauchito Gil. Tiene una tele prendida en un canal que no para de comunicar chimentos y un tablón con dos sillas, sobre el que reposa un mazo de cartas españolas.

- ¿Cómo es tu nombre? ¿El de tu pareja? Escribime la fecha de nacimiento de los dos en este papel.

Tino, mientras hace estas preguntas, agarra el mazo, comienza a mezclarlo y dice en voz alta los nombres indicados.

- Ahora separá el mazo en tres y elegí uno.

Toma el pilón de cartas elegido y comienza a darlas vueltas sobre la mesa. Dice cosas como “acá veo otra mujer. Vos sos celosa. Veo un hombre mayor. Tres hijos. Una propuesta de matrimonio. Una casa. Crecimiento económico. Te salió la rueda de la fortuna. Problemas de cintura”.

- ¿Cómo estás con tu pareja?

-Bien -dijo Mara.

- ¿Tenés algún otro problema para consultar?

Tino vuelve a tirar las cartas, esta vez por el futuro laboral. “Acá veo firmas, contratos”, explica mientras reparte y ve las figuras con espadas, bastos, oros y copas.

-Gracias por venir. La consulta es $50. Te recomiendo hacerte los baños que abren caminos. Te doy las indicaciones en este papel. Volvé cuando quieras.

Mara sale del garage y tira el papel en el primer cesto que se cruza a su pasa. Todavía no lo sabe, pero vivirá su vida igual que antes y esperará no tener problemas de cintura cuando sea vieja.

Y bueno. Nadie es perfecto. A veces la debilidad y la curiosidad le ganan a la coherencia
read more "Adivina, adivinador "

domingo, 2 de septiembre de 2012


Mientras se seca con la toalla la panza, se le escapa un pezón. La mujer mayor parece no darse cuenta. Ninguna de las mujeres parece darse cuenta. Menos Mara, ella sí se da cuenta y le molesta. Trata de llevar los ojos para otro lado, pero hay algo que es más fuerte que ella: los ojos se le van al pezón viejo.

—Qué frío anda haciendo ¿no? -exclama la mujer con la teta al aire.
—Si, tremendo –le contesta otra con poca ropa encima.

Se ve que uno de los pocos lugares en el mundo donde no es éticamente incorrecto hablar del clima con las partes púdicas al aire, debe ser un vestuario. Calor, humedad, desnudos.
Mara se termina de sacar toda la ropa para ponerse la malla entera. Es un tanto vieja, no es de ella. Se la prestaron. Decidió no invertir en una nueva si no sabe cuánto va a durar en las clases de natación. Tuvo que empezar por sus problemas en la columna. Los huesos se le estaban atrofiando de tanto estar sentada a la computadora. Su cuerpo ya empezaba a asemejarse a la letra L mayúscula.
Sale del vestuario, con gorro de baño y antiparras, y se dirige a la pileta. Sabe que parece un alienígena, pero qué más da. Es una tierra perdida, donde el agua está tibia y le gusta.

—Bueno, hacete cuatro piletas tranquila del estilo que vos quieras.

A Mara le gusta nadar pecho. Tal vez por la idea de controlar hacia dónde se dirige. Toma impulso desde el borde y se deja llevar. Su cuerpo se llena de adrenalina. ¿Por qué las personas pasamos tan poco tiempo en el agua? La mayoría del día estamos secos, salvo por unos veinte minutos diarios promedio en la ducha. Lo que es igual a estar  sólo cinco días enteros al año todos mojados. O sea, nada. Nada de nada.
Todo eso piensa Mara mientras nada. Hasta que recuerda que está nadando espalda y se le acerca el borde. Debe prestar atención. Así como se le acerca el borde, ya termina la hora y debe volver al vestuario para bañarse y volver a su casa.

—Este Moyano al final quiere mostrar que puede maneja el país, quién se cree que es -grita una chica de unos 28 años, mientras se envuelve en la toalla al salir de la ducha. Se sienta en una de las tarimas y se calza una tanga. Mara, mientras tanto, trata de hacer malabares para que no se le escape nada de lo que no le quiere mostrar a la extraña que habla de Moyano. Nada de nada. Se termina de vestir, se abriga y se va. Hasta la semana próxima no volverá.
read more "Una tarde en el vestuario"



Un día M apareció con zapatillas nuevas: rojas y negras con resortes. Contó que se las había robado a un chico con el que se peleó, que le decía que andaba sin plata. Pero si no tenía ni un peso porqué usaba zapatillas nuevas. Eso pensó M y no le parecía justo. Entonces las tomó prestadas de manera permanente y se creyó su merecedor. 


Un día Z trajo zapatos nuevos: negros y con unos delicados cordones encerados. Los cargaba en una bolsa de marca. Dijo que se los había comprado en el shopping para su primer día en el trabajo nuevo, que tanto había anhelado. Se los probó en el local, observó su reflejo en el espejo que estaba a la altura de sus pies y le gustó cómo le calzaban. Pagó con la tarjeta y se los llevó. Fueron su orgullo.


M relata que no se acuerda cuándo fue la primera vez que alguien le compró un calzado y que en la vida de la calle las zapatillas tienen su propia clasificación. Según esas características, uno ocupa distintos lugares. Por ejemplo, para él, las de resortes se ganan el podio.


Z sabe que ir “bien vestido” a un trabajo le da “chapa”. Nunca se le ocurriría ir de zapatillas a la empresa.


Cuando jalaba pegamento, M se ponía a limpiar sus zapatillas. Las limpiaba, las limpiaba. Nunca le quedaban del todo limpias.


Por si alguien llegara a pisarlo, Z se compró un producto que impermeabiliza la superficie de sus zapatos.


El pegamento le hacía tener un flash recurrente: que sus zapatillas iban a comerlo. Entonces se las sacaba y se quedaba descalzo. El miedo no le permitía a M volver a ponérselas.


M está contando este relato en un bar. Dice que para saber realmente cómo es una persona lo primero que hace es mirarle sus zapatos. Mientras tanto, calculo que Z debe estar llegando del trabajo y quitándose el calzado, que es lo primero que hace cuando entra a su casa. Dice que estar descalzo es lo único que lo libera.     

Publicado en la revista Visible lo Invisible
read more "De zapatos y zapatillas"



¿Estás loca? De esto no se sale. 

Le dijo Víctor a Flora Yesmith. Acto seguido, se fue a comprar una faja y un nylon a un supermercado cercano al hotel donde estaban alojados, a unas cuadras de la estación de trenes de Liniers, una localidad que marca el límite de la Ciudad de Buenos Aires con la zona oeste de la provincia. El hombre tenía razón. Ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Ya le había dado a la mujer una inyección para los cólicos y le había explicado cómo debía ingerir las capsulas. Pero ella, le dijo que no iba a poder tragarlas, que quería abortar el plan. Entonces él pensó una alternativa: le hizo colocarse los 83 comprimidos envueltos en nylon y luego la faja de color natural, alrededor de su abdomen. Más un envoltorio en su zona vaginal con una sustancia blanca.
Luego, ambos tomaron un taxi hasta el aeropuerto de Ezeiza y nunca más volvieron a verse. Los que si la vieron fueron los agentes de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, que estaban haciendo el control de pre embarque de su vuelo con destino a Madrid: al traspasar el arco detector de metales hizo activar la alarma. En el momento de chequearla, uno de los guardias notó un bulto a la altura de su vientre. Le levantaron la ropa y le encontraron un kilo y 100 gramos de cocaína. La llevaron detenida.

Flora es boliviana, tiene 42 años y en el momento en que decidió ser mula su hija tenía 12 años y un problema de audición que necesitaba de una operación de casi 7 mil dólares para que no quedara sorda. Según detalla su fallo, una vecina le dijo que tenía un conocido que sabía de gente que llevaba droga en el estómago a Europa por U$5000, saliendo de Bolivia; o U$4000, desde Buenos Aires. Así fue que la contactaron y emprendió el viaje. Un viaje que terminó con una condena de 4 años y 6 meses en la unidad 31 de Ezeiza, Argentina, una de las dos cárceles donde el sistema penitenciario argentino aloja a extranjeras procesadas y condenadas;  la otra es la Unidad 3 también en Ezeiza. Una vez condenadas, el camino continúa, muchas son trasladadas al interior y al norte del país: a la Unidad 4 de La Pampa, la Unidad 22 en Jujuy o la 23 en Salta.

— Te voy a recomendar para que vayas a trabajar a una fábrica de jeans de primera línea en Argentina.

Esa fue la invitación de su mejor amiga a Iwona, una mujer polaca que nunca habría sospechado de su compañera. En mayo de 2008 viajó a este país desconocido con la idea de quedarse entre dos y tres meses. En Polonia había dejado hijos –tres- y deudas –varias-. El problema fue que los jeans nunca llegaron. Se cansó de que el tiempo pasé sin que nada sucediera, entonces llamó a su amiga:

Yo vine a trabajar, no a esperar. Vos deciles que les voy a pagar el pasaje que me compraron y me voy a volver a Polonia.
Bueno el tema es así: te van a traer diamantes y vos tenes que llevarlos a España. Te van a dar mucha plata –le contestó su buena amiga.
Pero eso es muy peligroso –le replicó Iwona.

Y lo fue. Aunque al principio se negó a hacerlo, luego no le quedó demasiada escapatoria. La contactó un grupo de hombres que la tenían controlada. Le decían hasta qué debía comer y no la dejaban comunicarse con su familia.  A los dos meses, le hicieron colocarse un bombachudo donde estaban las cápsulas. Un bombacha –grande- sobre su panza, donde además alojaba a su futuro bebé. Estaba embarazada.

Somos unos animalitos para ellos. Esa mafia me había violado. Después,  cuando llegué a Ezeiza, me dijeron que mi pasaje estaba vencido. Me hicieron el control de rutina. Parecía todo arreglado, preparado porque otras personas que estaban más cargadas que yo pasaron. Me llevaron al hospital porque dijo que estaba embaraza y terminé presa en el penal de Ezeiza -relata, según lo que acuerda, desde la sede de la ONG Yo no fui, que ayuda a personas ex detenidas a reinsertarse en el mercado laboral, donde participa de un taller de encuadernación . Ahora ya está en libertad.

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Se las llama mulas, envases, valijeras, vagineras, correos humanos de drogas, camellos o capsuleros. Se las contrata para transportar entre 80 o 100 tizas - que conforman entre uno y dos kilos- que es lo que puede cargar un cuerpo humano. Muchas de estas mujeres llevan las capsulas de cocaína en el estómago, vagina o ano. Una práctica que puede convertirse en fatal si no logran expulsarla del organismo en menos de 48 horas. Otras las portan en el equipaje, dentro de la ropa, zapatillas doble fondo o pegadas en el cuerpo. Con el fin de obtener una cierta cantidad de dinero, una vez que entreguen la droga en el destino pactado.

Como la situación de Flora e Iwona, más del 70% de las mujeres detenidas en el Sistema Penitenciario Federal argentino poseen causas por delitos de drogas. 346 son extranjeras, cada una tiene su historia, pero con varios puntos en común: el 90% está encarcelado por tráfico de sustancias, muchas fueron engañadas por seres queridos, y la desesperación económica fue la que las llevó a cometer esta clase de actos.

La pena mínima para esta clase de delitos es de 4 años y 6 meses. A la mitad de la condena, por la ley de migraciones, los extranjeros pueden optar por ser expulsados a su país. Lo que significa que una vez que se obtienen los trámites de la embajada correspondiente y Ministerio del Interior pueden regresar en un vuelo gratuito a su país de origen en libertad. Pero no tienen permitido volver a ingresar por ocho años.

Las rutas comunes que utilizan las personas para traficar drogas en su cuerpo o equipaje son por vía aérea en el aeropuerto de Ezeiza y en el paso terrestre en el norte de Argentina. Aunque esta diferencia, según los especialistas, en algunos casos es muy amplia. Lidia Gilgun es directora del Departamento de Adicciones de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, nunca fue mula, pero sabe del tema y opina:

Por un lado, están las mujeres que no hablan castellano y llegaron al país por aéreo, pero son un porcentaje reducido, no llegan ni a un 15%; y el otro 95% son las mujeres paraguayas, bolivianas y peruanas que vienen por tierra.

En las provincias norteñas de Salta y Jujuy suelen detener gran cantidad de personas que provienen, en general, de Bolivia, Paraguay, Brasil o Perú. Además de los controles en frontera, Alberto Oscar Aragone, defensor público oficial ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Jujuy, aclaró que en la ruta 34 -que une Salvador Masa en Jujuy y cruza Salta para llegar a Buenos Aires- suele haber operativos de gendarmería en distintos puntos, que detienen automóviles y micros. Además explicó que los cargamentos verdaderamente importantes entran por aviones.

Según la investigación sistemas sobrecargados de la ONG Intercambios, organismo especializado en adicciones, “un número cada vez más grande de mujeres, quienes a menudo son el único sustento para sus familias, entra al negocio de la droga para poder poner comida en la mesa de sus hijos”. 

Las redes son como pulpos que salen a buscar a sus presas. Una vez que entran en el círculo íntimo, prosigue la etapa de manipulación: le ofrecen dinero por realizar el traslado, pero nadie debe enterarse de su acuerdo. Entran en tal complicidad que ese silencio se convierte en su trampa porque lo mejor es que lo cuenten a un ser querido. Así tienen la posibilidad de que la hagan salir y la ayuden.

Esas palabras pertenecen a Doris Quispe, quien nació en Lima, tiene 40 años y pasó casi cinco años de su vida tras las rejas en la unidad 3 de Ezeiza, Argentina. Una noche de febrero de 2003 la llevaron detenida como co autora de un hecho relacionado con el comercio de estupefacientes. Ella dice que fue una injusticia. Ahora se está reviendo su causa ya que explica que se comprobó que las pruebas presentadas eran falsas. Pero lo que más le dolió fue que el engaño proviniera de quien por ese entonces era su marido.

De todas maneras, durante todo ese tiempo, no se cruzó de brazos. Comenzó a convertir su bronca en lucha: estudió sociología y fundó la ONG Rompiendo Muros, que se dedica a defender los derechos de las personas extranjeras que están privadas de su libertad. Hace tres años que estudia derecho en la Universidad de Buenos Aire y poyecta pedir una revisión de causa “por el daño que pagó”. Se convirtió en una especialista del tema y tiene una mirada muy particular:

No sabes si las contratan para que queden detenidas. Es como si ya fueran entregadas, para que pasen otros y distraigan los controles. Por un barco o avión salen toneladas de drogas. Las mulas son una pantalla que le sirve a la policía decir que combaten el narcotráfico.

A partir de esta situación, Ariel Cejas, director general de protección de derechos humanos de la Procuración General de la Nación, acotó:

En estos procedimientos sufre el último eslabón y nunca se atrapa al pez gordo. Lo que cargan normalmente es muy escaso a lo que hace al contrabando.

Un ex empleado aeroportuario de Ezeiza que no quiso hacer público su verdadero nombre justificó estas sospechas:

Lamentablemente, cuando se descubre algo no es por casualidad. Se maneja información de antemano que permite identificar fácilmente a ciertas personas.

Gilgun explica que como la mayoría de las que cometen delitos son personas que residen en el exterior, casi no tienen visitas y sus hijos quedan en su país de origen, solos. Además, muchas no pueden tener salidas transitorias, ni preventiva en sus casas porque no poseen domicilio en Argentina. Le cuesta también conseguir trabajo en la cárcel y obtener el peculio, dinero con el que se mantienen y muchas veces le envían a su familia, por los trámites que deben hacer: que les envíen el CUIT desde su nación y el alta del Ministerio de Trabajo. Otro dato no menor, que ella aporta, es la escasa o nula reincidencia de esta clase de detenidas, que además se destacan por su conducta. Desde diversos organismos, se plantea la necesidad de asegurar una proporcionalidad en la pena según el delito.
Doris está sentada en una mesa de una de las esquinas del comedor de la facultad de Derecho de la UBA. Mientras tanto, estudiantes –muy pocos conocen su verdadera historia en ese ámbito- pasan con sus bandejas y apuntes cerca de la mesa donde ella está hablando. Por eso, por momentos al hablar, baja el tono de su voz:

Te ilusionan, te pensás que es como en las películas, que los narcos viven en mansiones, tienen muchos anillos de oro y que vas a ganar mucha plata. Pero la realidad es que nunca llegás a conocerlos y que simplemente te rompen la vida.


read more "Como mulas"
 

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