El tiene 67 años, diabetes,
una mujer que hace una comida extraordinaria y una escalera caracol que es más
alta que la mayoría de los techos de Santa Clara (Cuba). Los escalones
circulares te llevan a una pieza que alquila a turistas. Algunos huéspedes la
llaman “la pieza del aire”.
La primera impresión que da Antonio es la de un ser desconfiado: no deja entrar a cualquier extranjero a su casa. Pero luego de pasar por su puerta, les ofrece un refresco, les informa el precio del servicio y les cuenta de la exquisita cena con tostones (banana frita), langosta asada, ensaladas y arroz moro que prepara su mujer por un precio muy económico.
Lo segundo que hace Antonio es recomendarle a los visitantes que vayan a recorrer su pueblo -que queda a cuatro horas de La Habana- y que no dejen de ir al museo del Che. Un lugar dedicado enteramente a la vida de Ernesto Che Guevara, donde descansan sus restos. Sobre esta construcción además se alza una escultura muy imponente del referente latinoamericano. La entrada es gratuita y el lugar esplendoroso. Está repleto de fotos gigantes que lo muestran al líder desde que era pequeño hasta sus últimos días. Muchos turistas recién se enteran aquí que el Che es argentino ya que la mayoría cree que es cubano. Lo que pasa es que en cualquier parte de la isla, en el rincón menos esperado y más humilde, siempre hay una pintada de su rostro o una frase de su autoría.
Pero volviendo a Antonio, aquí es cuando estas dos historias de cruzan: Antonio luchó con el Che. Formó parte de la columna 8 del ejército revolucionario. Ya habían pasado 43 días desde que el Che, junto a su gente, venía bajando a pie desde Sierra Maestra (en la zona suroriental de la isla) hasta Las Villas más en el centro. La finalidad era que los pueblos cubanos se sumaran al ejército liderado por Fidel Castro y le hiciesen frente al gobierno dictatorial de Fulgencio Batista. Y así poder derrocarlo. Y así darle triunfo a la revolución.
Al llegar a una de las ciudades centrales de la isla, Sancti Spíritus, se le unió Antonio, un Antonio joven. Tenía apenas 14 años. El recuerda que casi todo el pueblo estaba en la calle, esperando la llegada del Che. Antonio marchó con él.
Con el triunfo de la revolución y el paso de los años, Antonio además trabajó junto al Che en el gobierno cubano. Pero Antonio no fanfarronea de su experiencia. Es muy campechano. Recién cuando uno entra en confianza le cuenta a los turistas situaciones cotidianas del Che, como que cuando ya era comandante y le brindaban las mejores condiciones para su bienestar, si llegaba a haber un asmático en su batallón, le daba el broncodilatador a un compañero y él se aguantaba el asma. Solo.
Antonio tiene un hablar pausado y atrapante. Es capaz de quedarse hablando hasta la madrugada de la historia política de su país. Es robusto, panzón, usa camisas a cuadritos y defiende su patria. Con un poco de vergüenza, cuenta que sus hijas viven en Miami. Las dos únicas hijas que tiene se fueron a Estados Unidos. Cuenta que los jóvenes no valoran muchas de las cosas que tiene Cuba, como el sistema de salud de calidad gratuito y el nivel educativo. Dice que esto pasa porque nacieron bajo “cuna de oro” y no conocieron “la Cuba que se logró gracias al alzamiento del pueblo”. A la vez critica que en este tiempo no se haya invertido en maquinaria para trabajar el campo y que no se mejoren los problemas de vivienda y transporte.
A Antonio le gusta hablar y sus días pasan así: conoce turistas, los trata como amigos, cuenta anécdotas, hace las compras, se controla con las comidas y va al médico. Sus días son simples, salvo por un detalle, una nueva lucha que se las trae: la diabetes.
read more "El hombre del Che (Cuba)"
La primera impresión que da Antonio es la de un ser desconfiado: no deja entrar a cualquier extranjero a su casa. Pero luego de pasar por su puerta, les ofrece un refresco, les informa el precio del servicio y les cuenta de la exquisita cena con tostones (banana frita), langosta asada, ensaladas y arroz moro que prepara su mujer por un precio muy económico.
Lo segundo que hace Antonio es recomendarle a los visitantes que vayan a recorrer su pueblo -que queda a cuatro horas de La Habana- y que no dejen de ir al museo del Che. Un lugar dedicado enteramente a la vida de Ernesto Che Guevara, donde descansan sus restos. Sobre esta construcción además se alza una escultura muy imponente del referente latinoamericano. La entrada es gratuita y el lugar esplendoroso. Está repleto de fotos gigantes que lo muestran al líder desde que era pequeño hasta sus últimos días. Muchos turistas recién se enteran aquí que el Che es argentino ya que la mayoría cree que es cubano. Lo que pasa es que en cualquier parte de la isla, en el rincón menos esperado y más humilde, siempre hay una pintada de su rostro o una frase de su autoría.
Pero volviendo a Antonio, aquí es cuando estas dos historias de cruzan: Antonio luchó con el Che. Formó parte de la columna 8 del ejército revolucionario. Ya habían pasado 43 días desde que el Che, junto a su gente, venía bajando a pie desde Sierra Maestra (en la zona suroriental de la isla) hasta Las Villas más en el centro. La finalidad era que los pueblos cubanos se sumaran al ejército liderado por Fidel Castro y le hiciesen frente al gobierno dictatorial de Fulgencio Batista. Y así poder derrocarlo. Y así darle triunfo a la revolución.
Al llegar a una de las ciudades centrales de la isla, Sancti Spíritus, se le unió Antonio, un Antonio joven. Tenía apenas 14 años. El recuerda que casi todo el pueblo estaba en la calle, esperando la llegada del Che. Antonio marchó con él.
Con el triunfo de la revolución y el paso de los años, Antonio además trabajó junto al Che en el gobierno cubano. Pero Antonio no fanfarronea de su experiencia. Es muy campechano. Recién cuando uno entra en confianza le cuenta a los turistas situaciones cotidianas del Che, como que cuando ya era comandante y le brindaban las mejores condiciones para su bienestar, si llegaba a haber un asmático en su batallón, le daba el broncodilatador a un compañero y él se aguantaba el asma. Solo.
Antonio tiene un hablar pausado y atrapante. Es capaz de quedarse hablando hasta la madrugada de la historia política de su país. Es robusto, panzón, usa camisas a cuadritos y defiende su patria. Con un poco de vergüenza, cuenta que sus hijas viven en Miami. Las dos únicas hijas que tiene se fueron a Estados Unidos. Cuenta que los jóvenes no valoran muchas de las cosas que tiene Cuba, como el sistema de salud de calidad gratuito y el nivel educativo. Dice que esto pasa porque nacieron bajo “cuna de oro” y no conocieron “la Cuba que se logró gracias al alzamiento del pueblo”. A la vez critica que en este tiempo no se haya invertido en maquinaria para trabajar el campo y que no se mejoren los problemas de vivienda y transporte.
A Antonio le gusta hablar y sus días pasan así: conoce turistas, los trata como amigos, cuenta anécdotas, hace las compras, se controla con las comidas y va al médico. Sus días son simples, salvo por un detalle, una nueva lucha que se las trae: la diabetes.